¿Te acuerdas de cuando me dijiste que cuando veías a las personas en la cara lo que veías era un hoyo negro en el área de la naríz? No te gustan las narizes decías, pero lo único que entendí fué que lo decías para decir algo fuera de lo común. Algo que te separara de el resto de las personas en el restaurante donde comíamos.
Pero, ¿te acuerdas que no comiste nada?
Decías que te daba asco la carne roja porque tenía grasa. Yo sólo me reía por dentro pensando en el tamaño de tu trasero desorbitado y cuanta grasa te habías zumbado por el esófago para mantener su proporción incomprensible.
Y no es que no fueses atractiva, pero decías demasiados disparates para alguien con tan buen vocabulario. Decías tantas palabras tan difíciles y tantas opiniones rebuscadas, pero al fín y al cabo sólo pensaba lo llena de mierda que estabas.
Y no es que sea hipócrita, de veras quería, ¿sabes? Quise llevarme contigo, posiblemente por los demás en la mesa, posiblemente para mi deleite humorístico. Cada vez que habrías la boca otro disparate gateaba hasta mi plato, donde lo disecaba antes de hechármelo a la lengua.
Pero ya era suficiente, la más linda, la más cafre, la más amigable, la más revoluionaria, la más fresca, la más puerca, la más inteligente. Si te vuelvo a ver, espero tener otra hamburguesa en mis manos. Sólo para reírme de nuevo.